martes, 11 de mayo de 2010

Sábado

Tengo varias cosas tiradas en casa con las cuales no se qué hacer. Digo esto porque el sábado alrededor de las 9 de la mañana abrí los ojos, y luego de dar varias vueltas en la cama, tratando de conciliar el sueño nuevamente, me levanté. Como nunca me despierto a esa hora un fin de semana, me era completamente extraño y placentero a la vez escuchar el sonido de la mañana, sentir su olor, ver cómo de a poco el sol se iba asomando por el patio, y me propuse a intentar ordenar un poco el “cuartito de las porquerías”.

Lo llamo así porque originalmente empezó siendo un cuarto donde se guardaban aquellas cosas viejas que a uno le da escozor tirar, como la patineta que usabas cuando eras chiquito, el family game, los playmovil (porque yo no los tiro ni en pedo), pero con el tiempo se fue transformando en un cuarto donde caían todo tipo de cosas que fueron encontradas en la calle, como unas cajoneras viejas que agarré de alguna esquina porteña con la idea de reciclarlas y usarlas, pero que a poco de tenerlas fueron utilizadas por las arañas como sus lujosas casas de madera, adornadas por unas fantásticas telas tejidas a mano (o a patas, porque las arañas tiene patas, ¿No?), o simplemente cosas que ya no uso más y que con la falsa idea de que tal vez algún día las necesite, no las tiro, y miles de otras porquerías.

Pero volviendo a la mañana del sábado, antes de empezar con mi tarea de limpieza sentí que necesitaba desayunar. Como sucede regularmente en mi casa, en la alacena no había más que algunos saquitos de té y yerba. Revolví toda la cocina en busca de algún comestible apropiado para acompañar el mate, pero sin resultados favorables, por lo que tomé la decisión de ir hasta el almacén a comprar unas galletitas. En realidad quería facturas, y lo pensé, pero como no voy mucho a la panadería y también necesitaba otras cosas, mi cuerpo se trasladó, casi automáticamente hacia el chino.

Cuando volví, contento con mis Surtido Bagley, me preparé el mate y empecé a pensar de qué manera podía darle un poco de orden a ese cuarto. Fue al pedo. Mientras pensaba me senté en la compu (grave error), como para chequear los mails, así, rapidito, pero lo que no iba a tomar más de cinco minutos se transformó en dos termos de mate y el paquete entero de galletitas. Me había llegado un mail de Lore.

A Lore, Lorena, la conocí viajando por Bolivia, un verano que me fui con unos amigos (ya vendrá la historia de Lorena en otro informe, lo único que necesitan saber es que no terminó nada bien nuestra relación). En ese correo, después de no vernos ni hablar por dos años, me contaba que luego de haber estado en Perú, Ecuador y Colombia, había vuelto a Buenos Aires, sólo por una semana, y que necesitaba verme, que tenía cosas para contarme.

Al principio dije "¡Que bueno, una minita que quiere verme!", pero después me recontra cagué en las patas. Se me vinieron a la cabeza un montón de imágenes, algunos recuerdos buenos, otros no tanto, pero lo que más me perturbó fue la idea de que esté en la Argentina para presentarme a "nuestro hijo". Yo tenía el recuerdo de haberme cuidado siempre, pero la posibilidad de ser padre se barajaba en mi cabeza y me aterrorizaba. Temblaba como una hoja. Me tomó aproximadamente media hora decidir si le contestaba o no. En los primeros veinte minutos releí su mail, una y otra vez, y los restantes diez estuve paralizado sin escribir una sola letra. Mi respuesta decía:

“Hola Lore. Me alegro un montón que estés de vuelta y con todo gusto me reuniría con vos a charlar. Espero que no sea nada grave (como un hijo, pensé para mis adentros).Te dejo mi celular. Un beso.”

Escribir esas tres líneas me tomó aproximadamente 45 minutos.

Después de eso, y de un paquete entero de galletitas y dos termos de mate, no tenía ni un poquito de ganas de ponerme a ordenar el cuartito de las porquerías. Me puse un disco de Los Beatles y esperé su respuesta sentado frente a la compu, controlando cada 5 minutos si había novedades. Recién me contestó el lunes.

lunes, 3 de mayo de 2010

Hoy me levanté con el pie izquierdo, pero soy zurdo.

Estoy cansado de ser supersticioso. Que no pases por debajo de una escalera porque vas a tener siete años de mala suerte, que si se te cruza por delante un gato negro tenés que hacer cuernitos durante no se cuanto tiempo (otros dicen que hay que escupir tres veces), que si hacés la ecuación, yo + espejo = se rompe, porque soy medio catrasca, otros siete años más de mala leche, que el número trece es yeta, y ni hablar de los martes trece, y muchísimos otros. ¿A quién carajo se le ocurrió esto? Seguramente a alguna empresa que quiso luquear con algún producto “anti yeta”, como la ristra de ajos, que si no te dicen que es para las buenas ondas, las ondas positivas, no lo comprás ni a palos. ¿Qué mierda hago con una ristra entera de ajos? Salvo que te guste todo con ajo, que estés casado(porque andá a comerte unos fideos con ajo un viernes a la noche y después contame si la pusiste), o que estés bajo algún tratamiento homeopático de esos que te hacen tomar cualquier cosa para que dejes de fumar o para adelgazar, la ristra de ajos te la vas a terminar metiendo en el culo.

Porque entiendo la relación de Papá Noel y Coca Cola, los regalitos y todo eso, que hasta hace no mucho tiempo, cuando todavía recibía regalos sin tener que regalar yo también porque era chico, estaba todo bien, pero ahora que soy un “hombre maduro” “serio”, “trabajador”, tengo que comprarles regalos a todos esos familiares que no ves nunca y mas allá que mucho no me guste, lo hago. Pero repito, no entiendo el motivo de la llamada mala suerte y toda la superstición que gira alrededor de eso.

Porque hay gente que ni se fija en eso, que pasa por debajo de las escaleras sin ninguna historia, o que se compra un departamento en un piso 13º y tan mal no les va. Te compraste un departamento flaco, ¡Sos mi ídolo!

Por eso digo que hoy cuando me levanté, y puse el pie izquierdo sobre el piso frío de mi casa, más allá de estar bastante dormido, me avivé de que no era el pie derecho y me dije “el zurdo el mi pie hábil (teóricamente), ¿Por qué tengo que estar preocupado por eso?”, pero como de costumbre mi cerebro no contestó y largó la orden de bostezar. Y que mi cerebro a veces tarde en arrancar porque lo encendí sin cebador, no es mala leche y un gato negro no se me cruza por delante hace rato.